Y para los dos, el pánico fue profundo, sin remedio, sin rumbo...
No podía él estar tranquilo, tenía miedo de mi, como yo de él cuando se levantó de golpe y decidió que volvería a la casa que fue de los dos, la casa que ella marcó en sus paredes, en sus suelos y en su único cielo. No volvió por ella, menos mal, pero volvió para joderla hasta el cansancio, para agredirla sin desagravio, para torturarla sin remedio, para asesinarla sin compensación.
…Y ambos sintieron la ausencia de mierda…
Intentando caminar, ya sin piernas ni pies, los hongos se habían trasladado a sus testículos donde las hormigas de fuego seguían partiendo en trocitos sus genitales, exterminando el más rico majar de otros tiempos. Las lagartijas desenrollaron sus largas colas para azotar su espalda hasta que abriera la puerta de la gran vivienda que estaba llena de los sabores de ella cuando él, intentaba banalizar su esencia al pretenderla vacía.
… Y él que cerró la mente y gozaba con sacarla de quicio…
Luego llegó la noche de los murciélagos que cagaban pedacitos de mangos verdes por sus bocas y se bañó él en sus heces para que le brotaran sus alas y comió sus desechos para adquirir su boca y llenó de los pelos de los murciélagos su piel para adquirir todo su olor y su cuerpo y color. Y murciélago quedó, por siempre, cuando ella cerró la puerta desde adentro de su casa al mismo tiempo que sus Tatayuu abrazaban su manta.
… Cobarde el que quedó hecho Murciélago cagando por la boca…
Ella, sobrevivió, para entender a Lapüu.