Palabras, Barullos, Sueños, Cuentos e Historias de Vida, Viajes y Otras Verdades

Mar 1, 2015

Quien la sueña es quien la teje.

Diseñando un nuevo Kanaas
Gloria Boscán es una mujer de carácter.  Amante de las plantas y los animales, amor que heredó a sus hijas e hijo y a sus nietos y nietas.  También ella, Gloria, mi mamá, me enseñó a tejer desde que tenía 7 años.  La primera vez que me entregó una aguja, me motivó a hacer cosas pequeñas para adquirir la destreza que necesitaría en el futuro, esa misma que me permitiría terminar otras piezas más finas y complicadas. 

- Mochilitas para “aflojar la muñeca”.

Me decía.  Al principio pensaba que esas cosas de hilos y agujas eran solo de mujeres grandes.  Para mí, estar ahí, sentada por horas, con el hilo y la aguja que se me enredaba más de lo que avanzaba en el trabajo, de verdad que no era nada divertido, sentía que mi momento para jugar estaba siendo sacrificado, además, mi mamá era muy estricta con la transmisión del conocimiento como con otras cosas, así que me desbarataba casi todo lo que estaba a punto de terminar cuando ella consideraba que no estaba bien hecho. 

- Tiene que ser bello.

Siempre me decía y cuando yo hacía mala cara o protestaba, ella se aseguraba de recordarme que si no sentía el tejido en mi sangre, entonces no valía la pena terminar una pieza. 

- Tejer es de mujeres pacientes.  Tu tienes que aprender la paciencia.   

Así que si cualquier cosa que iniciara no estaba bien tejida de principio a fin, era mejor volver a comenzar.  Con el tiempo me di cuenta que cuando empezaba una vez otra nueva pieza,  ya sabía que no podía cometer el mismo error, entonces desarrollé destreza tras el tejido que, además como valor agregado a la paciencia, trajo en mi vida otras cosas que solo ahora puedo apreciar.

Pronto estuve haciendo mochilitas de un solo color.  Luego vinieron los retos más grandes:  trabajar con dos hilos, dos colores y kanaas sencillo;  luego vinieron otras piezas, porque a mi mamá le gusta inventar.  Nunca se quedó solo con las mochilas y prefirió hacer cortinas, vestidos de baño, apliquies y mucho más.  Muchos de los muñecos que tuvimos en nuestra infancia mi hermana La Potto y yo, fueron tejidos por mi mamá, pero especialmente recuerdo al "pirrinplin", del cual espero tejer un ejemplar muy pronto.  

Yo por mi parte confieso que aunque siempre tenga un tejido en mi mochila,  en toda mi vida, solo he terminado 6 mochilas grandes, aunque muchas personas tengan pequeñas mochilitas que les he regalado.  No dediqué mi vida al tejido, tuve otras cosas que hacer, pero tejer ha sido en muchos momentos importantes de mi existencia, una actividad para pensar, para olvidar que la gente necia se empeña en intentar destruirte, para aprender que solo cuando sigues trabajando con empeño y con ahínco, consigues las cosas que quieres. 

Cuando le pregunté a mi madre, como a otras mujeres Wayuu, qué pensaban de enseñar este conocimiento a otras personas ajenas a la cultura, hubo una respuesta que me dejó una gran enseñanza:

- Casi ninguna persona ajena a la cultura que quiere aprender a hacer mochilas, termina alguna cuando la comienza, pero después de aprender la técnica y conocer el trabajo y la dedicación que requiere cada pieza, paga lo que sea por una mochila Wayuu

También les manifesté mi preocupación por lo mala que soy enseñando, entonces me dijeron:

-  Lo que has aprendido bien, lo has de enseñar mejor.  

Hoy, ese conocimiento que me regalaron las mujeres de mi familia,  lo quiero compartir.  Pienso que muchas personas en el mundo no tienen idea de qué hay detrás de cada pieza de arte o artesanía Wayuu.  Muchas personas no han logrado entender que su valor comercial, no es más que una demanda del mercado que hace que cada vez más personas conviertan las mochilas en parte de las cadenas de mercantilización.  

Solo la persona que sueña una mochila wayuu, es quien la teje.    


*  A partir del 21 de marzo de 2015, curso básico de tejido Wayuu.  Si quieres más información, contáctanos.  

May 25, 2014

Espejismos de pertenencia

AKaAnPo

Esta mujer tan blanca como la yuca, había tenido que vivir en una tierra donde no había nacido aunque llevaba la sangre de sus gentes en sus venas porque su padre, abuelo y otras tantas generaciones de hombres, pertenecían y se enorgullecían de este lugar que ella se empeñó en rechazar. 

Un día la mujer del color de la yuca, despertó con una sensación parecida a la de la vaciedad.  Aunque lo tenía todo, tendría que buscar unas raíces para poder reivindicar cosas que nunca había sido pero deliraba con ser.  Se levantó, viajó a sus lugares de supuesto origen y perdió la razón, sintió que debía ser misionera pero se encontró de repente con el reflejo de su propia angustia en un espejo que la hacía verse a sí misma como una farsa de convicciones y culturas que había logrado aprender de los libros.  Ella nunca  había tenido esa vivencia en ese lugar de ensueños que la hacía extraviarse cuando pensaba en dominar una cultura que pudiera rendir a sus pies para reclamarse viva mientras moría.  

Se inventó una tribu, y hasta creyó firmemente que tenía un clan que alguien le había otorgado por la simple razón de arremeter contra la vida, comparó una cosa con la otra y combinó tantos disparates que lo único que consiguió fue el rechazo de la gente que ella llamaba suya, cuando estas gentes nunca fueron de nadie. 

Escudada en la envidia que la consumía en cada paso que daba, arremetió contra cualquier amenaza que considerara competencia para reivindicar lo que ella pretendía era suyo y de nadie más.  Utilizó las estrategias más bajas porque su única entelequia era reinar, pero terminó consumida en su miseria. 

Hoy, solo su madre la llora después de haber fallecido en sus espejismos. 

Cuentos cortos de la serie de “mujeres sin sentido” iniciada en el año 2009.
1º de mayo de 2014
Berna, Suiza

Apr 20, 2014

De los libros y sus recuerdos

“Saludos al Nariznauta. Dile que aún recuerdo el último libro que me leyó de su viva voz, tu libro Gabo... ese mismo... el de las putas tristes...”

En Colombia, solía tener guardada la biblioteca de libros que había ido conformando durante toda mi vida.  Tenía cajas y cajas de novelas, de feng shui, de diseño gráfico y lo que más tenía eran cajas llenas de libros sobre derechos de los pueblos indígenas y de las mujeres, éstos últimos recopilados durante casi 10 años de travesías por el mundo.  Un día de diciembre de 2007, mi papá, Ignacio Ramírez Pinzón, vino a mis sueños para decirme adiós.  Murió, pero no pudo llevar con él la maravillosa biblioteca que lo deleitó durante toda su vida y de la cual se sentía tan orgulloso.  Entonces, yo decidí heredar su biblioteca y digo que lo decidí yo, porque mi papá, debo decir que, no me había heredado nada diferente a un óleo gigantesco  que ya me perteneciera por obra y regalo de una de sus mujeres más amadas y mas odiadas en la vida.  Las cajas llenas de la biblioteca del Cronopio Nariznauta de Literalúdica, es decir, mi papa, anduvieron por un lado y por otro también en mi periplo por las incertidumbres de mi fortuita vida.  En menos de tres años, me mudé siete veces de casa, tres de ellas de ciudad, cargando siempre conmigo las más de 170 cajas, de las cuales, al menos unas 20, eran de libros de mis exes, los cuales yo había ido usurpado discretamente, pero el resto, eran los libros, heredados a la fuerza, de la biblioteca de mi papá.  Un día de enero del 2011, decidí mudarme de continente por cuestiones del miedo y del amor, así que resolví escoger solamente diez libros del tremendo libraral que cargaba conmigo para todas partes.  Hubiera querido traerlos todos a donde vivo ahora,  pero no tenía ni el dinero para mandarlos por barco, que era lo más barato, ni las mismas fuerzas para volver a cargar las pesadas cajas, una vez más.  Nunca pude revisar todas las cajas llenas de libros antes de mi viaje pero lo que sí hice fue escoger unos cuantos, entonces solo me traje algunos de los que sabía yo, eran favoritos de mi papá, también empaqué el primer libro que mi papá me regaló y también el primero que leí yo sola:  "Momo",  porque tengo que decir que todos los libros que conocí antes, eran leídos por él, mi papá el Cronopio Nariznauta de Literalúdica, a mi hermana y a mí, hasta que abandonó el hogar en el año 83.   Mi hermana y yo, aunque ya habíamos leído muchos libros por nuestra cuenta, después de su partida, manifestamos nuestro dolor, negándonos a leer.  El resto de los libros, empacados en cajas por octava vez,  paradójicamente fueron a dar al lugar que mi padre jamás se hubiera imaginado en vida:  a la casa de Gloria Boscán, mi mamá.  Allí estuvieron durante tres años, encerrados, asfixiándose en el inclemente calor de Maicao, mi pueblo. Finalmente,  creo que por intervención divina de uno de "Los Fantasmas Felices", es decir mi papá, un día me contó mi hermana La Potto Boscan  que ella y mi mamá habían decidido, por cuestiones de espacio,  donar los libros a la nueva biblioteca de Maicao, en donde además, le harían un homenaje, cuando yo volviera a Colombia, a Ignacio, al gran Nacho, quien además había sido el fundador de Radio Península, la primera emisora que tuvo Maicao, por allá a finales de los años 60 y principios de los 70.   Le pedí a mi hermana que revisara las cajas y guardara celosamente algunos ejemplares que, entre otras cosas, él sí que había heredado a algunos de sus amigos más queridos, todos ellos letrados e intelectuales.   Las colecciones de los libros completos de Cortázar o Miller, eran para algunos de ellos, pero mi hermana y yo, nos negamos al momento de su muerte, es que ¡eso no podía ser cierto!.  Así que decidimos que unos de esos libros eran de ella y otros míos. Por eso es que repito, yo heredé a la fuerza sus libros, es que ninguno de sus amigos o amigas supo nunca qué significaban ni sus libros ni sus obras de arte colgadas en las paredes de nuestras paupérrimas casas de la infancia, muchos de sus amigos y amigas, aún nos juzgan por apropiarnos de algo que, entre otras, nos pertenecía, pero ninguno o ninguna, conoce qué valor de memoria infantil jugaron todos estos elementos en nuestras vidas.   En fin.  A veces extraño a todos esos amigos y esas amigas de mi papá que terminaron pensando que fuimos los peores hijos del mundo por continuar con nuestras vidas.  Es que una cosa que mi papá nunca me perdonó es que yo me hubiera mudado de ciudad, él sintió que lo abandoné y nunca lo superó. 

Volví a Colombia en noviembre del año pasado, pero no pudimos llevar a cabo la ceremonia para homenajear a mi papá en la Biblioteca Pública Municipal de Maicao.   El evento estaba planeado para el 30 de ese mes, día en el que él hubiera cumplido 69 años, pero el tiempo decidió que no sería ese momento.  Mi hermana, había guardado algunas cosas que mi hija Paula le había pedido y también me tenía un regalo que había recuperado de las cajas, el libro:  Los amigos de la Bolsa Roja”, este libro, me lo había regalado mi papá cuando yo cumplí mis 15 años y en él estaban transcritos y hermosamente ilustrados, 12 cuentos que yo había escrito entre los 8 y 11 años de edad.  Después de los 11, cuando se fue él de nuestras vidas, también me negué a escribir, al menos nada para que él pudiera verlo.  Con el tiempo he entendido que era mi forma de castigarlo por la desidia a la que nos había sometido después de su partida.  A veces pienso que mi papá, estaba convencido de que sus hijas y su hijo, nunca quisimos seguir sus pasos.   Es que mi papá, nunca se dio cuenta que a escondidas, yo seguía leyendo y seguía soñando con que un día quería llegar a ser como él, una mujer de palabra, aunque he terminado siendo bloggera.  Por otro lado mi hermano Miguel Iván, el Chacatín, como él le decía, se ha convertido en un excelente documentalista y mi hermana Pulusinda, sigue escribiendo en medio de sus penosas condiciones de salud.

Años después, tuve un encuentro subliminal con él.  Mi papá vino a visitarme durante una toma de Yagé, y aunque esta historia debe ser contada con muchos más detalles en otro momento, debo decir que mi papá me trajo, desde donde se encuentra, unas monedas de regalo que conservo como una inmensa fortuna.            -¡Para que no te falte el dinero!- me dijo.  Esas moneditas que puso él en el bolsillo de mi esposo para que me las entregara a mí, son más valiosas que los sopotocientos libros que anduve cargando sobre mis espaldas durante tanto tiempo.  Estoy convencida que me las trajo del más allá, si es que éste lugar existe.  Entonces también mi papá me dio la razón sobre algunas de las discusiones que teníamos en uno que otro desayuno.  Yo siempre le decía que para qué conservar los libros encerrados o almacenados en estantes si se podrían poner a volar de mano en mano para que otras personas los leyeran, en cambio él, me decía que había que guardarlos porque no todas las personas les valoraban ni mucho menos les trataban de la forma que merecían.  Desde el más allá, entre los colores sicodélicos del Yagé y la respiración de la Madre Tierra que se revelaba ante mis receptivos sentidos por la poderosa toma que corría por mis venas, mi papá me dijo que, a sus libros, tenía que dejarles ir a volar para que descendieran a las manos de otros lectores, que esos libros no podían seguir ahogándose en la oscuridad de un caluroso cuarto húmedo que los estaba matando de moho.  

Desde esa vez, decidí que no volvería a cargar más libros, que me compraría un iPad y que allí guardaría todos los libros de los libros, amén.  Sin embargo, ahora en mis nuevos aposentos, anoche mi esposo me armó una biblioteca que me ha despertado muchos recuerdos.  He llenado el blanco armario, con los pocos libros de mi papá que cargo siempre conmigo, con otros que me han ido regalado mis amigos y amigas, incluyendo una colección de novelas para todos los gustos que me dejaron Silvia y Daniel antes de su partida a Valparaíso, y los libros y revistas para practicar el alemán que me dejaron Beka y Andreas antes de su viaje al Salvador.   Como hay tanto espacio vacío por la ausencia de libros, también he puesto en algún estante unas de mis wayunkerras. 

Una terrible pero a la vez feliz nostalgia me invade al ir llenando cada lugar de la nueva biblioteca.  El recuerdo más hermoso que viene a mi memoria, es el último libro que me leyó mi papá.   Lo hizo en un día frío y lluvioso en el año 2004.  Nos fuimos él y yo, con Olga Cristina, Sergio y Lina María, a una casa maravillosa en un pueblito a las afueras de Bogotá que ahora no recuerdo como se llama aunque recuerdo cada detalle del lugar, sus olores,  sus animales, sus inmensos ventanales.  El libro era:  “Memorias de mis putas tristes”.  Recuerdo que después de terminar de leer el libro, especulábamos sobre si era Gabo o no, el que aparecía en la fotografía de la portada.  Hace unos días, cuando me enteré de la muerte de Gabo, no pude contener el llanto.  Sentí que mi papá, es quien camina en la portada del libro, como diciendo adiós.  Sentí que mi papá, ese inmenso Cronopio convertido en uno de “Los Fantasmas Felices”, más felices, había vuelto a morir.  


Domingo 20 de abril de 2014
Berna, Suiza












Apr 13, 2014

Niños Wayuu Mueren de Hambre



En territorio Wayuu, cerca de 3000 niños han muerto de desnutrición en los últimos 6 años 

únicamente en Colombia. Si las mujeres Wayuu fueran bien remuneradas por sus 

artesanías, nuestros hijos e hijas no morirían de hambre. No compre a intermediarios. 

Compre e incluso pague mejor las artesanías a las mujeres Wayuu directamente.

Apr 2, 2014

¡Gracias!

Gracias a todas las personas que han enviado sus fotografías de las hijas de las mujeres Wayuu!!! 

Lee comenta y difunde. Manda la foto de tu#mochilaWayuu #Wayuu100x100 http://bit.ly/1kobNkf

















Mar 30, 2014

Susu Wayuu, Mochila Wayuu, Wayuu Bag: así se ‘roban’ el patrimonio cultural Wayuu

Por: Wayunkerra Epinayu*

A propósito de la noticia que se publicó en Colombia hace unos días, relacionada con el lanzamiento que hizo una diseñadora española de una colección de bolsos que resultaron ser mochilas wayuu, se debe decir que esto viene sucediendo desde hace mucho tiempo y que conviene ponerle un límite a través de estrategias colectivas y legales, en algún momento.
Mochilas elaboradas por artesanas del pueblo Wayuu de Colombia

Wayunkerra de trapo
por Wayunkerra Epinayu
Los planteamientos aquí expuestos son mi opinión personal como mujer wayuu hacedora de Wayunkerras, no intentan por tanto expresar una posición colectiva que se pretenda imponer ante el pueblo Wayuu o ante otros pueblos indígenas que mencionaré en este artículo, el cual solo intenta ser un aporte, como resultado de mi experiencia personal. 

Para entrar en materia, me refiero a lo siguiente:  las "mochilas" wayuu son usadas por personas con una cierta comprensión de lo que verdaderamente valen la cultura y las costumbres indígenas. Poco a poco, la mochila wayuu se ha posicionado en grandes e importantes escenarios de la moda, al punto de convertirse en un accesorio que combina en forma armónica con ropa casual o formal. Las celebridades y diseñadores de alta costura de talla internacional, están fascinados con sus llamativos diseños.

Foto enviada desde Canadá
La mochila wayuu casa con todo tipo de atuendo y llama la atención de fashionistas que aman la tendencia étnica o tribal, tan de moda por estos días. El impecable trabajo de las artistas wayuu ha llamado la atención de muchos diseñadores de alta costura, nacionales e internacionales, tales como Pillip Lim, Carolina Herrera, Oscar de la Renta, Silvia Tscherassi, entre otros, quienes han utilizado dichas creaciones con sus propias intervenciones, destacando aún más la perfección y la belleza de cada pieza.
Foto enviada desde Bangladesh

En Colombia es tal su popularidad, que mucha gente tiene dentro de sus armarios una o varias mochilas wayuu, las cuales también se han acreditado entre famosos de todo el mundo y la gente del común en Europa y Norteamérica, a donde han llegado por medio de personas que han visitado la Guajira y han descubierto el potencial económico en ellas. Sin embargo, la realidad detrás de quienes comercializan nuestras creaciones es que obtienen utilidades mucho mayores que las que reciben las mujeres wayuu que las elaboran y venden, a quienes, entre otras cuestiones, se les omite el crédito de ser ellas las creadoras y verdaderas diseñadoras de estas únicas y exclusivas piezas de arte.

Desde que somos niñas, las wayuu aprendemos nuestras costumbres y tradiciones. Las mujeres wayuu somos creadoras, tejedoras, artistas, soñadoras. Yo no soy tejedora, soy wayunkerrera, porque lo que hago son Wayunkerras, y aunque no hablo fluidamente mi lengua tradicional, desde que tengo memoria he aprendido a hacer nuestra tradicional wayuu bag (como le dicen en inglés) o "mochila" (como se le dice en español), o simplemente "susu", como se le llama en wayuunaiki, la lengua del pueblo Wayuu.  El tipo de trabajo que hacemos se realiza a mano, sin ningún tipo de ayuda mecánica, que incluye una serie de elementos originales que le dan el certi   
ficado intrínseco de calidad natural: involucra el trabajo no sólo de una mujer sino de hasta tres, y en ocasiones el de hombres, niños y niñas, que conlleva cuando menos 20 días para que una de estas piezas de arte esté completa.

Mujeres wayuu de la Comunidad
Wayuu Nouna de Campamento
Las circunstancias de mi pueblo me hacen pensar en las historias detrás de cada mochila que, insisto,  sólo puede ser comparada con una pieza de arte única e irrepetible. Estas historias deberían brindarles un valor añadido, pues son elaboradas por una artista wayuu en un país que enfrenta una situación muy difícil en términos de derechos humanos, conflicto armado, corrupción  y pobreza. Desafortunadamente, son ignoradas debido a la ceguera producida por el consumismo.

La Fuerza Mujeres Wayuu, con el apoyo del Fondo Global de Mujeres, inició un proceso de fortalecimiento y empoderamiento económico hace más de ocho años en la Comunidad Wayuu Nouna de Campamento, donde, sin ser el único ni el primer ejercicio de este tipo que se desarrolla en el territorio,  40 mujeres dieron inicio al programa que se basa en el tejido como una estrategia de protección frente al conflicto armado y las violaciones de derechos humanos.  El principio fundamental de esta iniciativa ha sido la protección de Wounmainkat - Nuestra Tierra, contra las amenazas de las multinacionales, a la presencia de grupos armados legales e ilegales  y la reclamación de justicia. Además procura la obtención por parte de la artista de una remuneración digna por su trabajo, en aras de promover la independencia financiera de las mujeres wayuu que, entre otros factores, enfrentan la barbarie de la guerra.  Tristemente, el proceso terminó solo con siete mujeres después de todo este tiempo, pero ellas han sido constantes en sus objetivos y se han comprometido con la defensa de sus derechos, al mismo tiempo que han aprovechado sus conocimientos en el tejido para sacar adelante a sus familias. 

Foto de www.pulzo.com
Ahora, respecto al caso de la diseñadora española Stella Rittwagen, que me ha sido enviado por varias fuentes y me motivó a escribir este artículo, debo declarar que no es el único en el que personas externas y ajenas a nuestra cultura se lucran descaradamente apropiándose de las creaciones indígenas.  Esta diseñadora, que conste, declaró que ella misma fue a comprar las mochilas en las rancherías de Riohacha. No obstante, estos agravios se suman a un creciente número de agresiones hacia nuestro patrimonio inmaterial, cultural y artístico. Para comprobarlo basta con recordar el reciente escándalo que se armó por la venta del famoso sombrero ‘vueltiao’, patrimonio del pueblo Zenú de Colombia, que resultó ser “made in China” y que se pretendía vender en las calles del país. 

Isaac Ole Tiaolo
Estas situaciones tampoco suceden únicamente en Colombia.  Otras comunidades indígenas se ven afectadas alrededor del mundo, como es el caso de los Massai, un pueblo indígena seminómada que habita en el sur de Kenia y el Norte de Tanzania en el continente africano. En el 2013 varios medios electrónicos hicieron eco a la voz de Isaac Ole Tiaolo, indígena Massai y director de la organización Iniciativa de la Propiedad Intelectual Massai. Él asegura que  según estadísticas de diferentes oenegés como Light Years Indigenous Peoples –especialista en asegurar los derechos de los pueblos indígenas sobre la propiedad intelectual de sus creaciones en países desarrollados–más de 80 compañías alrededor del mundo utilizan la imagen y el nombre Massai para obtener beneficios económicos.

Es pertinente también mencionar otras situaciones que con nombre propio afectan al pueblo Wayuu en su conjunto. Por ejemplo, el lanzamiento de la colección primavera–verano 2013 de la diseñadora Sophie Anderson, a quienes los medios electrónicos en el Reino Unido aclamaron por sus diseños “basados en la mochila amerindia”. A la diseñadora Anderson la califican como “de ojo particularmente ecléctico”, ya que en cada pieza combina lo moderno con lo antiguo, pero lo que más llama la atención de “su colección” es la vibración de los colores que ella combina en “sus” diseños, diseños y colores que, valga la pena decir, no son otra cosa distinta a lo que llamamos en wayuunaiki: kanaas, dibujos únicos y exclusivos de las artistas wayuu, los cuales ni siquiera existen en patrones impresos, porque cada una de nosotras los lleva guardados en la memoria. 

Esta situación es sólo comparable con nuevas formas de colonización y de esclavitud, donde las mujeres wayuu han tenido que tejer en materiales de menor calidad que les permitan finalizar en tiempos súper reducidos, lo que los alijunas[1] llaman “productos” con el objetivo de cubrir la alta demanda que es subestimada por los compradores, además de ser mal pagada por los comerciantes.

Inclusive se conocen casos de “marcas” registradas que usufructúan nombres que han puesto a sus empresas perteneciendo éstos al wayuunaiki, nuestra lengua tradicional.  De la misma forma utilizan los fonemas propios de nuestra lengua para poder abarcar más compradores del producto.  Conocemos también casos de amenazas directas por parte de personas que están detrás de esas marcas, y que impiden el uso de nuestra lengua y tradición en las optimizaciones de los motores de búsqueda online, con el argumento de que estas palabras han sido registradas en países de Europa, utilizando el degradante juego del uso de los fonemas.  

Cuando hablo del uso de los fonemas, sin ser lingüista (incluso sería interesante si un lingüista pudiera aclararme esto), me refiero a que para un estadounidense, un canadiense, un suizo o un alemán, al pronunciarles por primera vez la palabra ¨wayuu¨ ellos la escuchan como ¨why you¨ o ¨vayu¨ ¨uayu¨ o ¨uaju¨ o ¨wayo¨ o ¨wayoo¨ o como ¨wow you¨, y así la escriben cuando quieren guardar o buscar información online, por ejemplo. Conozco marcas nombradas como ¨Susu Wayúu¨ una tienda en España, ¨Pulowi¨ una marca de joyas en Colombia, Wayuu Bag en Estados Unidos,  ¨Guay you¨ una iniciativa de estudiantes en Colombia, Wayuu Tribe, Mochila Bag, Wayuu Mochila, Mochila Bags, Wayuu Life, entre cientos de otros nombres de negocios que venden la mochila wayuu.  Las mochilas wayuu son ofrecidas en plataformas de comercio electrónico donde se puede adaptar un perfil con lo que se conoce como un frontpage de venta, que no es más que una pagina para ofrecer productos, y hay aún más, páginas donde se pueden comprar productos, precisamente, “made in China ” al por mayor, en donde hay mochilas wayuu.  Todas estas, ofertas comerciales, son manejadas por alijunas, pero ninguna por wayuus. 

No se puede dejar de mencionar a Sapia C.I. S.A.S, más conocida como Salvarte, exitosa empresa basada en la compra y venta de artesanías, que fue la primera sociedad de propiedad de Tomás y Jerónimo Uribe Moreno,  los hijos del actual, e innombrable por mis letras, senador de Colombia.  Según información publicada por El Espectador, Salvarte, de la cual los hijos del senador dicen que ahora son accionistas minoritarios, hoy cuenta con diez almacenes en Bogotá y exportaciones a distintos países. En 2010 empezó a reportar balances ante la Superintendencia de Sociedades, en los que registraron ingresos operacionales por $6.500 millones, ganancias brutas de casi $3.000 millones y ganancias netas de $200 millones, tras pago de impuestos.  Cifras que evidentemente deberían ser cuestionables por cualquier artista indígena que alimenta con sus creaciones las arcas de empresarios de este tipo. 

Pero quiero referirme en particular a dos casos que me han afectado personalmente.  El primero se trata de ¨Wayoo¨ una tienda online alojada en Suiza, país en el que vivo hace tres años.  Mi tienda www.wayunkerra.com, se encuentra alojada en un servidor de Estados Unidos.  Como diseñadora gráfica que soy, aunque hace años no ejerzo la profesión, sé que para posicionar las búsquedas de los potenciales clientes online, hay que optimizar dichas búsquedas, lo que es conocido en el argot del e-commerce como  Search Engine Optimization – SEO por sus siglas en Inglés.  En las muchas conferencias y charlas que he dictado alrededor del mundo sobre la situación de derechos humanos de los pueblos indígenas en Colombia, me he dado cuenta, como lo he mencionado anteriormente, que la forma como se escriben algunas palabras depende de cómo sean escuchadas por los hablantes de un idioma particular.  En el SEO de mi página de Internet, entonces, he colocado un sin límite de palabras para que la búsqueda sea productiva.  Precisamente por utilizar esta estrategia de optimización de búsqueda efectiva, el día 2 de septiembre de 2013, después de haber recibido otros, me encuentro con el siguiente mensaje, que más que un mensaje, considero una intimidación o amenaza,  que fue enviada a mi casilla de Facebook:


¨Estimada Karmen y Arne
Escribo con respecto a este enlace;http://www.wayunkerra.com/#!native-wayoo-bags/zoom/c9ts/image19zh Ahíi aparece el nombre de la organizsacióon "wayoo". Wayoo es un nombre registrado y se relaciona exclusivamente con la actividad que estamos haciendo. Por razones eticas y de transparencia te piedo cordialmente que elimines el nombre wayoo de tu pagina. No quisiera tener que activar a mi abogado.

Muchas gracias de antemano.

Cordialmente.

Katherine Portmann¨

Algo así como si un colombiano registrara la marca ¨Gruller¨ y le mandara abogados a un suizo que vive en Colombia por importar, o comer o hacer y vender quesos  tipo Gruyère, que si bien no son una creación artística, su fabricación sí, que es un arte cuya primera referencia histórica de producción data del siglo XII.

También recibí un mensaje que, traducido del inglés al español, dice lo siguiente:

¨Hola,

Mi nombre es Yessie  soy de Bélgica y tengo mi propia marca de moda.  Estoy interesada en distribuir las Wayuu Bags en Bélgica y hacer mi propia colección.  Puede usted dejarme saber si trabaja de esta manera, si es posible agregar mi propia marca.  Puede aconsejarme en precios para distribuidores. 

Atentamente,

Yessie ¨

Esta dueña de su propia marca de moda de la cual nunca conocí el nombre, me pidió incluso, que quería visitar mi “fábrica”, lo que simplemente evidencia el desconocimiento absoluto de la cultura y la forma en como se trabajan las mochilas. 

Otra cuestión detrás de esta realidad, es que estas marcas pretenden apropiarse de procesos de empoderamiento de mujeres indígenas que nos han costado años de trabajo y los ¨venden¨ junto con los ¨productos¨, anunciando en sus estrategias de publicidad que ¨ayudan¨ a las mujeres wayuu a mejorar sus condiciones de vida, familiares y comunitarias, publicando las fotografías de nuestros procesos sin consultarnos, cuando la realidad es que compran las mochilas en la calle 1a o en el mercado de Riohacha para luego decir que las han comprado en Venezuela, porque como sabemos, el territorio ancestral del pueblo Wayuu se encuentra dividido por las fronteras de Colombia y Venezuela.

Me asaltan aún, más cuestionamientos y preguntas que no pueden ir dirigidas sino   a este tipo de empresarios que desarrollan sus capitales sin consideración por quienes intervienen en el proceso de creación de valor.  ¿Qué es lo que están haciendo para garantizar el bienestar y sobre todo el buen vivir de las y los artesanos y artistas indígenas? y particularmente, ¿qué están haciendo para enfrentar estos casos en los que se desconoce la autoría de las artesanías?.  Desde mi  punto de vista, éste tipo de situaciones, también son de su responsabilidad y competencia. 

Ante estos contextos, es pertinente que se tomen medidas drásticas y estas tienen que ser, mas que de tipo asistencialista, de tipo legal.  La pregunta que sigue entonces viene siendo: ¿cuáles son las medidas que se deben aplicar?  Para el caso de los sombreros ‘vueltiaos’ que son parte del patrimonio cultural del pueblo Zenú, Artesanías de Colombia aplicó sanciones de tipo económico a los importadores del sombrero ‘fake’ (falso) made in China. Dichas medidas funcionaron en Colombia, pero lo que no sabemos es si el sombrero falso se esté vendiendo en otros lugares del mundo, como tampoco sabemos si los chinos ya están planteando la producción en masa de las mochilas wayuu. 

Para el caso de las mochilas wayuu, ¿cómo se puede controlar cuando una diseñadora tipo la Rittwagen de España, o la Anderson del Reino Unido o la comerciante Portman de Suiza, viajan de paseo por una o dos semanas a territorio Wayuu, bien sea de Colombia o Venezuela, se toman fotos con las mujeres wayuu para decir luego que trabajan por las mujeres indígenas, compran varias decenas de mochilas, las empacan en una maleta y las transportan como su equipaje personal, para luego hacerse famosas y ricas a costa del trabajo de las artistas wayuu? 

En casos de registros de marcas que son creadas a partir de nombres indígenas y que luego prohíben su uso, pueblos indígenas como el Massai están tomando cartas en el asunto para poner límites legales, que les permitan sancionar casos como los de diseñadoras y diseñadores que lanzan colecciones sin reconocer que las y los  verdaderos artistas son otros.  Sin duda los Massai están marcando un precedente internacional importante en material legal que habrá que seguir con lupa y aplicar.  En todo caso, también se pueden demarcar condiciones que impidan estos abusos, especialmente desde los medios de comunicación, difundiendo en el mundo cómo estos personajes utilizan piezas únicas realizadas por indígenas, pagando precios indignantes y vendiéndolos en cantidades de dinero astronómicas e insultantes. 

Una mochila wayuu, elaborada en lo que en castellano se conoce como de doble hilo, que no es otra cosa que un hilo grueso de menor calidad que permite que una mochila esté terminada en menos de 5 días, vale entre 30.000 y 60.000 pesos colombianos (15 y 30 dólares estadounidenses); es decir, que la artista wayuu recibe entre 3 y 6 dólares diarios por su trabajo.  Una mochila tejida con hilo fino, de alta calidad, en la que la artesana se demora 20 días para dar más de 3.000 anudadas de crochet, es vendida entre 80.000 y 120.000 pesos (40 y 60 dólares), lo que significa que la artesana recibe entre 2 y 3 dólares diarios por su trabajo.  Entre tanto, diseñadoras como la Anderson, venden no solo una sino muchas mochila de las que empacan en las maletas de su viaje de turismo, hasta en 600 euros, tanto en tiendas físicas como virtuales (online). 

Un tema extenso y complicado. Las medidas de control como la Denominación de Origen, pueda que funcionen efectivamente dentro del territorio colombiano, pero para proteger nuestros conocimientos tradicionales, así como otros aspectos relacionados al patrimonio cultural, intelectual e inmaterial del pueblo Wayuu e incluso de los pueblos indígenas en general, se deben aplicar instrumentos internacionales relacionados con la protección de estos derechos, incluyendo el derecho al consentimiento previo, libre e informado que nos asiste. 

Es entonces también responsabilidad del Estado, y con esto no quiero decir que al respecto no se estén tomando medidas. Pero se debe hacer llegar la información a las comunidades sobre los instrumentos internacionales que contemplan estos derechos, de manera que converjan en un solo sentido, para poder mejorar lo que ya existe en el país.  También es importante que se garantice la participación de hombres y mujeres indígenas en procesos de negociación internacional de los Estados donde se discuten estos temas, relacionados con nuestro conocimiento tradicional y patrimonio cultural, intelectual e inmaterial, para que podamos aportar desde nuestras experiencias y sabiduría a la obtención de soluciones que no resulten contraproducentes para las comunidades. 

En escenarios como la OMPI –Organización Mundial de la Propiedad Intelectual-, los Estados discuten temas relacionados con los conocimientos tradicionales de los pueblos indígenas. Sin embargo, la participación de las comunidades ha sido limitada, siendo que es justo allí donde también debemos estar. 

Las mujeres wayuu que continuamos soñando con la consolidación de este proceso, estamos convencidas de que para las mujeres indígenas en general, no sólo las wayuu, se podrá conseguir que principios como el de la remuneración digna por nuestro trabajo, sólo podrá cumplirse una vez que el mundo entero valore debidamente nuestras habilidades como artistas, artesanas y creativas capaces de innovar a partir de la armonización de nuestros conocimientos tradicionales, y aún más:  cuando se nos respete y reconozca también como socias comerciales, sin intermediarios. No podemos olvidar que en el pueblo Wayuu –que es uno solo, sin importar la división que han impuesto Colombia y Venezuela para marcar sus fronteras- el comercio es una de las principales actividades económicas.

De hecho, otra estrategia que estamos intentando poner en práctica desde la Iniciativa Wayunkerra Internacional, es la de avanzar más en el manejo de medios electrónicos y nuevas tecnologías, para garantizar la presencia efectiva en redes sociales y plataformas e-commerce, que promuevan el contacto directo entre las artistas que elaboran sus mochilas con los consumidores finales. Al respecto hemos adelantado alianzas incluso con mujeres indígenas Na´Savi (Mixtecas) de México, interesadas en potenciar estas estrategias de empoderamiento económico.

Lamentablemente, este tipo de procesos organizativos requiere de mucho tiempo y dinero, sobre todo cuando tienen que ver con  la concientización de nosotras como mujeres indígenas para re-valorar y re-valorizar nuestro trabajo. Este es el resultado del paternalismo estatal y de las multinacionales presentes en el territorio, que simplemente han regalado hilos pensando que con limosnas se puede solucionar una situación que ha sido estratégicamente pensada para promover el empobrecimiento y el desarraigo de las comunidades.

También debo mencionar que procesos como el nuestro no es el único y que existen grupos de artesanas wayuu que son altamente exitosas en sus asociaciones. 

No puedo decir tampoco que todo es funesto, porque hay procesos de buenas prácticas que son emblemáticos. Artesanas que se han dado a la tarea de reivindicar el trabajo no solo desde el valor ancestral, sino también desde el valor económico que debe ser reconocido por la sociedad consumidora. También ha habido estrategias trabajadas de la mano con diseñadoras y diseñadores de talla internacional, donde se han desarrollado innovaciones maravillosas y encantadoras, que enriquecen lo tradicional.

Conozco mujeres wayuu que trabajan incansablemente en la protección del conocimiento tradicional de nuestro pueblo, a través de la aplicación e implementación de la Denominación de Origen,  iniciativa importante pero pensada para proteger el nombre de un ¨producto¨ y la imitación de creaciones artísticas como la mochila wayuu, o sea que no está pensada para evitar o al menos controlar  su comercialización indiscriminada.  Se supone además que la Denominación de Origen debería mejorar la calidad de los ¨productos¨. Sin embargo, al no ser la mochila wayuu un producto, ha terminado reducida a esto, cuando la demanda de la misma es tal que las artistas wayuu han terminado bajando la calidad de los hilos con que se tejen las mochilas tradicionales, para abastecer un mercado que no reconoce el valor característico en cada una de las creaciones. 

Solamente se tiene conocimiento de pocas iniciativas lideradas por mujeres wayuu en redes sociales, blogs y paginas de Internet.  Wayuu Taya, es una fundación manejada por Patricia Velázquez, wayuu de Venezuela y  famosa actriz de Hollowood.  Fundación Susu Wayuu, dirigida por la wayuu Arelis Pana Epieyu.  Casa Juliru, una interesante y prometedora apuesta de la también famosa escritora wayuu Estercilia Simanca que vende no mochilas sino mantas y Wayunkerra International Initiative. 

Paradójicamente, las mujeres wayuu que hemos creado nuevas marcas haciendo uso de nuestro conocimiento ancestral (así como las que hemos intentado innovar a partir de lo tradicional), somos subestimadas y cuestionadas, especialmente por nuestra propia gente,  por estar supuestamente enriqueciéndonos a partir de nuestra cultura, mientras que a diseñadoras o comerciantes que llegan al territorio y regatean precios con las artesanas, además de abusar de la buena fe de algunas de ellas, se les idealiza y venera. Entre tanto, este tipo de negociantes crea  espectaculares y folclóricas campañas de marketing que son alabadas y altamente publicitadas por los medios fashionistas.

Para desgracia nuestra, este hecho que no es el primero seguirá alimentando los patrones de trabajo en condiciones que exponen a las mujeres wayuu –que dedican sus vidas a la tejeduría, como ya lo dije- a nuevas formas de esclavitud bajo la ilusión de la ¨ayuda¨, término judeocristiano que hace que la gente compre a través de intermediarios pensando que salvan a la comunidad.   Esto promueve el hecho de que siguen haciendo a las comunidades indígenas dependientes de una cadena de consumo que les impide llegar directamente a los consumidores finales.

El hecho de que diseñadoras o diseñadores se apropien de nuestros tradicionales kanaas, palabras y fonemas para nombrar sus marcas y vender lo que laman ¨sus¨ colecciones, es cuestionado más por gente de afuera que por nosotros y nosotras mismas. Pero apropiarse de un legado colectivo, transmitido de generación en generación a través del pensamiento y la palabra, como en los casos que he mencionado, solo tiene un nombre: ¡robo! Y éste delito contra el patrimonio de los pueblos indígenas, debe ser penalizado. 

30 de marzo de 2014
Berna, Suiza



*  Karmen Ramírez Boscán, su nombre tradicional es Wayunkerra Epinayu.  Indígena Wayuu del Clan Epinayu. Escritora. Activista de los derechos de las mujeres indígenas y de los pueblos indígenas.  Epaya’a Miou (Consejera Mayor) - Delegada para Relaciones Internacionales de la Sütsüin Jiyeyu Wayuu – Fuerza de Mujeres Wayuu, organización de la cuál es fundadora.  Editora para Centro y Sur América del www.indigenousportal.com y del www.notiwayuu.blogspot.com  En el año 2013 es homenajeada por el Fondo Global de Mujeres.  Actualmente vive en Suiza donde dedica la mayor parte de su tiempo a hacer Wayunkerras de tela, ocupación que combina con su activismo. 
[1] Para una fácil comprensión, un alijuna es a un wayuu lo que un extranjero es a un nacional de un país.